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La locura del Teatro San Martín

HISTORIAS DE BOBBY FISCHER.

"LA LOCURA DEL TEATRO SAN MARTIN"

POESÍA PURA!! (post original de Antonio Acega).

Adaptación y ajustes:  Dizán Ernesto Alvarado.


Los Soviéticos confiaban en que su gran ajedrecista el súper sólido excampeón mundial Armenio Tigran Petrosian "la muralla" con sólo 7 derrotas contra no nacidos en la URSS en la década de los 60,s detendría al coloso americano.

Se viene un gran Match en Argentina.

Torneo de Candidatos, Gran Final:   Fischer vs Petrosian.  Sala Casacuberta, Teatro San Martin, avenida Corrientes, Otoño de 1971. Un lleno total de locura, cientos de personas se quedaron afuera del teatro San Martín cuyas filas llegaron alrededor de las 3 manzanas y contando.  Miles de personas seguían el Match sentados en las aceras, en los negocios, en los parques, etcétera.

Mientras todo mundo discutía con asombro los dos 6-0 consecutivos, precedentes (Taimanov y Larssen), Fischer viajaba a Buenos Aires para enfrentarse al excampeón mundial Tigran Petrosian, probablemente el jugador más duro de derrotar y dificil del mundo. 

Era la final del Candidatos. El vencedor se enfrentaría a Boris Spassky por el título mundial al año siguiente.   El estilo ultradefensivo de Petrosian sacaba de quicio a muchos rivales: era el rey de los empates y, aunque solía obtener relativamente pocas victorias para su gran nivel de juego, no era menos cierto que su catenaccio ajedrecístico hacía muy, muy difícil que alguien pudiera ganarle una partida a él. 

Por ejemplo, en la semifinal había firmado nueve tablas de infarto en diez partidas frente al "Terrible "Victor Korchnoi, y le había bastado una única victoria para eliminar a su fogoso y durísimo contrincante.    Ahora, sin embargo, tendría enfrente a Fischer, que venía de colocar dos 6-0 consecutivos, algo que nunca se había visto (y que casi con toda seguridad nunca más se volverá a ver) entre Grandes Maestros de la élite.

Petrosian se había entrenado exhaustivamente para la eliminatoria, estudiando a fondo el estilo aparentemente predecible de Fischer con ayuda de maestros como Yuri Averbach. 

En la primera partida planteó una novedad teórica en la apertura, preparada “en casa” y sugerida precisamente por Averbach, con la idea de sorprender a Bobby para sacarlo de su zona de confort. En efecto, la maniobra desconcertó a Fischer, que pasó más tiempo del previsto pensando sus jugadas. Se encontró jugando a la defensiva mientras Petrosian llevaba la iniciativa, algo que no estaba previsto. Justo en aquel momento, se produjo un apagón y la sala quedó a oscuras: Petrosian dejó la mesa, pero Bobby continuó sentado, pensando en mitad de las tinieblas. Ante la protesta de los rusos, Fischer permitió que su reloj —que el árbitro había detenido— siguiera corriendo. No quería perder su estado de concentración y siguió sentado allí, en la penumbra, hasta que retornó la luz, aunque para entonces había consumido bastante tiempo de su reloj. Cuando pudo reanudarse el juego con normalidad, sin embargo, se vio que sus cavilaciones habían tenido resultado. Refutó los planes del soviético y sus ayudantes, llegando a un final de partida en el que Petrosian no podía evitar que Fischer coronase un peón. 1-0. 

Bobby había vuelto a ganar pese, a que la inteligente planificación de los rusos le había creado muchos quebraderos de cabeza.    Eso sí, los rumores corrían diciendo que, tras la derrota, la mujer de Petrosian estaba tan enfadada con los análisis previos de Averbach que terminó emprendiéndola a bolsazos contra él.

Anécdotas curiosas aparte, Fischer ya se había colocado por delante y todos se preguntaban si repetiría la receta  con el gran Petrosian, nada menos que todo un excampeón mundial, lo que ya había hecho con Taimanov y Larsen.

Petrosian, sin embargo, era un jugador muy duro, hecho de otra pasta, y no estaba dispuesto a unirse al triste club de los 6-0. 

En la segunda partida, Fischer sobreestimó sus propias capacidades defensivas y dejó su rey al descubierto; también evitó intercambiar las damas para simplificar el juego. Todo ello fue aprovechado por su rival, quien, contra casi todos los pronósticos, ganó la partida y se llevó el segundo punto. 1-1. 

Así, Petrosian ponía fin a una racha de 20 victorias consecutivas (¡sin ningún empate!) de Bobby Fischer, todas contra Grandes Maestros, una racha que había comenzado en el Interzonal. 

Una racha que nunca se había producido antes y que casi puede decirse que jamás se volverá a producir. Kasparov, por ejemplo, dice que;  "es completamente imposible que algo así se repita". 

Pero tanto era la cosa, que el hecho de que Fischer se llevase una derrota puntual —algo normal en cualquier jugador, incluso en los mejores— se había convertido en una gran noticia. ¡Fischer había perdido una partida! Tal era ya su aura de invencibilidad.      Todos se preguntaban cuál sería su reacción ante la derrota. 

En la tercera partida volvió a ponerse de manifiesto que la preparación previa de Petrosian estaba dando sus frutos y se llegó a un final en que el ruso, de jugar con precisión, tenía ciertas posibilidades de volver a ganar.        Pero Fischer quiso evitar problemas y (¡por una vez!) forzó unas tablas por repetición de movimientos que a Petrosian le habían pasado desapercibidas. Así, Fischer obligaba a terminar en empate y evitaba tener que seguir defendiéndose ante lo que parecía un sólido plan. Ambos jugadores se repartieron el punto y seguían igualados en el match: 1’5-1’5. 

En la cuarta partida, Fischer utilizó una defensa —la “variante del dragón”— que Spassky ya había empleado contra Petrosian para arrancarle un empate en el pasado. Petrosian vio que la partida no iba a ninguna parte, desdeñó buscar nuevos caminos que lo condujesen a una victoria y acordó firmar tablas después de solamente 20 movimientos. 2-2. 

En la quinta partida, las cosas empezaron a parecerse a lo que podía haberse esperado antes de empezar la eliminatoria: se vio a Fischer desarrollando sus piezas más activamente que Petrosian, y a Petrosian construyendo un muro defensivo en torno a su rey. Pero ninguno de los dos obtuvo una ventaja decisiva y se produjo el tercer empate consecutivo, lo cual estaba bastante más acorde con lo que solía suceder entre Grandes Maestros. 2’5-2’5.


La eliminatoria estaba mostrando dos cosas:  1) que el entrenamiento previo de Petrosian había servido para robarle la iniciativa del juego a Fischer, algo a lo que el estadounidense no estaba acostumbrado.  2) que Fischer, por lo general reacio a firmar tablas fáciles, estaba contentándose con empates. 

Pero, y este era el detalle importante, lo había hecho consiguiendo neutralizar los intentos de Petrosian por meterlo en partidas incómodas. Petrosian estaba dando lo mejor de sí, pero las partidas terminaban en tablas, no en victorias del soviético. Había ganado una partida, sí, pero no parecía capaz de materializar una segunda victoria aunque jugase siguiendo planes diseñados de manera específica para incomodar al americano. Y esto, los empates conseguidos en posición de inferioridad táctica, no es sino una muestra de superioridad en general. Petrosian estaba haciendo lo mejor posible, pero Fischer estaba a otro nivel.

Y Fischer, pese a haber perdido un punto, parecía cada vez más confortable en la eliminatoria. Ya se había acostumbrado a la idea de ceder la iniciativa, así que se decidió a utilizar esa circunstancia en su propio beneficio, algo que solo puede hacer un jugador que se siente muy superior. 

En la sexta partida, Bobby se dedicó a ser más paciente que el propio Petrosian, el rey de la paciencia. Ambos se embarcaron en un baile posicional que parecía amenazar con prolongarse para siempre… y fue Petrosian quien terminó haciendo jugadas “fuera del plan” para acelerar las cosas, cuando siempre había sido el jugador que esperaba mientras los demás intentaban atacarlo a él. 

En aquella partida, Fischer fue más Petrosian que el propio Petrosian, y terminó venciendo al “Tigre” con sus propias armas.  El estadounidense se colocaba de nuevo por delante: 3’5-2’5.

La séptima partida puso de manifiesto que, en efecto, Fischer había superado sus preocupaciones iniciales y estaba jugando de nuevo con total confianza, sin buscar ya el refugio del empate. 

Dió una clase magistral de elecciones tácticas “contra-intuitivas” que desconcertaron a Petrosian (y a los observadores), como entregar un caballo “bueno” por un alfil “malo” o permitir la existencia de un peligroso peón pasado de Petrosian (algo siempre desaconsejado) para obtener a cambio una buena posición de sus propias piezas. Así, con tantas decisiones sorprendentes, llevó el juego hacia una fase final que, sobre el papel, podía parecer perdida si uno contaba las piezas, porque Petrosian tenía superioridad material, algo que suele resultar decisivo. Pero eso era sobre el papel. Sobre el tablero, Fischer tenía la partida ganada porque sus piezas, aun en inferioridad numérica, eran mucho más activas y estaban colocadas con mucha más intención. En eso consistía la famosa armonía mágica de Fischer, que estaba funcionando de nuevo a pleno rendimiento. Todas sus piezas hacían algo útil. Todas estaban en un sitio donde podían colaborar con las demás. Y todas podían moverse a sitios todavía mejores, ante la desesperación del rival, que veía venir el tsunami, pero no conseguía levantar un muro para detenerlo. Petrosian se rindió ante lo inevitable. 4’5-2’5.

En la octava partida se produjo una nueva demostración del poder posicional de Fischer: ambos rivales empezaron a intercambiar piezas y, cuando Petrosian quiso darse cuenta, tenía un peón pasado en su contra y una telaraña de jaque mate en lontananza. Tuvo que rendirse de nuevo porque no había forma de salvar la situación. Tercera victoria consecutiva de Fischer y 5’5-2’5 en el marcador.   Ya solo necesitaba una victoria más para eliminar a su rival. 

La novena partida discurrió por cauces parecidos, solo que Petrosian intentó prolongar su agonía a la desesperada viendo que Fischer volvía a sobrepasar todos sus planes. No hubo nada que hacer. Bobby se impuso y finiquitó la eliminatoria. Aquello no era un 6-0, pero también podía considerarse una paliza humillante: 6’5-2’5, incluyendo un parcial de 4-0 en las últimas cuatro partidas. 

La preparación y combatividad de Petrosian habían obtenido el modesto resultado de una victoria aislada, pero el que había sido campeón había terminado por venirse completamente abajo en cuanto su diabólico rival se sacudió la sorpresa de encima y comenzó a jugar con su autosuficiencia habitual. No, no había sido un 6-0, pero Petrosian también había sido despedazado por aquella trituradora llamada Bobby Fischer.

Fischer, en las treinta y una partidas del Candidatos (¡incluyendo nueve ante un reciente campeón mundial!) únicamente había cedido una derrota y tres empates. Esto es: había dejado escapar 2’5 puntos… ¡de 31 puntos posibles! Ni siquiera se podía buscar una explicación racional a semejante hecho y Bobby parecía en verdad invencible.    Ya se hablaba del «Síndrome Fischer» que aquejaba a sus rivales.  Otros pensaban que Fischer había alcanzado su plenitud y ya nada podría detenerlo. 

Algunos, pocos pero los más sagaces, habían entendido que Fischer estaba jugando un nuevo ajedrez, un estilo revolucionario que quizá a primera vista se parecía al de otros pero que, en realidad, estaba teñido con su propia personalidad y sus nuevas ideas.  Fischer, en definitiva, estaba inventando algo nuevo.

Ahora por fin iba a disputar el campeonato mundial, Spassky desde su casa en Leningrado veía su progreso pero lo tomaba con calma, al fin y a cabo no había perdido con el todavía. Pero, esa es otra historia!!...

Por lo pronto, miles de personas presentes en el teatro San Martin de Buenos Aires aplaudían de pie atronadoramente a Bobby Fischer,a un después de haberse retirado de la sala.     THE END.

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